3 años después
- Persona Normal
- 7 may 2022
- 3 Min. de lectura
Llega mayo y desde hace tres años, es un mes que tiene un sabor agridulce.
En estas épocas en el 2019, cuando todavía la palabra pandemia no formaba parte de nuestro vocabulario, mi hijo y yo empezábamos una nueva vida. Tras mudarnos a casa de mi madre durante más de un año, encontramos el piso en el que vivimos hoy. Esa ilusión de un proyecto nuevo, de estrenar todo, de ver que hay una pared en blanco donde empezar a escribir una nueva historia se vio nublada por la muerte de un amigo mío el día antes de que nos entregaran las llaves del piso.
Nos conocimos con mis recién estrenados 25 años. Él era bailarín. Era un chico muy joven, guapísimo, sexy, con un punto de artista torturado que nos volvía locas cuando, dentro de esa vorágine que era nuestra vida, le veíamos solo en un rincón escribiendo y dibujando en una libretita pequeña. Tenía a todas las bailarinas (y las que no lo eran) revoloteando a su alrededor. Obviamente, aunque era un niño, precioso, pero un niño al fin y al cabo, yo también me fijé en él.
Los que me conocéis, sabéis que me acompañan siempre un demonio y un angelito que me animan o me desaniman según el momento. Y evidentemente, aparecieron ambos. Estando todo el día acompañado de monísimas bailarinas, con sus cuerpecitos perfectos, con esa gracilidad que da el poder bailar cualquier canción, con sus maquillajes trabajados, con sus sonrisas constantes, ¿Cómo se iba a fijar en mí? Pues ni lo intenté. Para qué perder el tiempo.
Se hizo muy amigo de mi compañera de habitación porque los dos compartían nacionalidad y pasaba en nuestra cabina mucho tiempo. Cuando los dos empezaban a hablar con su acento, era imposible seguirles la conversación.
Al poco me propuso tomar un café, creí que era por lástima, “pobre, ya que no me entiende, vamos a ser agradables”. Y ahí descubrí todo lo que escondían esos realmente torturados ojos azules. Tenía una visión del mundo diferente, se sentía fuera de lugar, un incomprendido. Buscaba poder hablar de cualquier tema, lejos de la frivolidad de esas personas que revoloteaban a su alrededor.
Era el tipo de persona que no sabes si te odia o te quiere. Nos encontrábamos y a veces ni me miraba, otras en cambio, se levantaba de donde estuviera con sus amigos sólo para darme un abrazo. Fueron las semanas más desconcertantes que había vivido hasta ese entonces. Hasta que un día me dio un beso de buenas noches. Hasta el día que se quedó a dormir en mi litera. Hasta el día que me propuso que durmiera en la suya.
Excepto mis amigas más cercanas, nadie sabía que había esa conexión, nadie sabía que me escribía poemas que no entendía, nadie sabía absolutamente nada. Yo tampoco. Porque había días en los que no me hablaba más después de escribirme un montón de palabras bonitas.
En realidad, él se sentía encarcelado, era joven, un rebelde que iba en monopatín por el barco y se hacía piercings en los puertos. Un día, volví de una excursión y me dijeron que desembarcaba en la siguiente ciudad, que le habían echado. Cenamos juntos y solos esa noche, fue un mar de lágrimas y me prometió, con esa solemnidad que tienen las promesas a los 20, que nos volveríamos a encontrar.
Y en un mes había caído en la trampa. Creo que la velocidad con la que nos enamoramos es directamente proporcional a la edad que tenemos. Pero cumplió su promesa. Aunque no supe casi nada de él hasta muchos años después, nos volvimos a encontrar. Seguíamos teniendo la capacidad de hablar de cualquier tema, pero sus ojitos azules cada vez eran más oscuros, brillaban menos. Ese mundo interior que tenía le estaba absorbiendo con tanta fuerza que el mundo exterior no le parecía suficiente. Aún así, fue mi salvavidas en un momento en que no era capaz de flotar por mi cuenta, no caí en la cuenta que las cuerdas que me lanzaba, le hundían un poco más a él.
Cuando pienso en él, recuerdo la frase que me dijo que me hizo cambiar la perspectiva de mi mundo. Era de palabras concisas que calaban en el alma. “Xen, you should be reminded every day of how wonderful you are”. (Xen, te deberían recordar cada día lo maravillosa que eres).
Y un día su corazón se paró. No sé si él quería. No lo sabré nunca. Pero esos ojillos azules que me rescataron no volverían a brillar. Echo de menos nuestras conversaciones, algunas sin sentido, otras que parecían que iban a arreglar nuestros mundos. Pero cada vez que me recuerdo lo maravillosa que soy, sé que, en parte, es gracias a él.
Una abraçada enorme!!!