Conversaciones con mis “yo” del pasado
- Persona Normal
- 26 sept 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 21 nov 2021
Domingo, 7.44 de la mañana, Me he despertado porque estaba soñando algo bastante raro. Esta noche parece que Tim Burton se ha puesto a dirigir lo que pasaba en mi mundo onírico. Yo era una especie de "ángel" que viajaba en el tiempo para avisar a ciertas personas de las consecuencias de sus actos en el futuro y ayudaba a que no cometieran los mismos errores. Jueves vi regreso al futuro II, por lo que intuyo que de ahí viene parte de mi sueño.
Pero me ha dado por pensar, si pudiera hablar con mi "yo" de los 8 años, de los 15, de los 18, de los 25, de los 36 o incluso con el de la semana pasada... ¿Lo haría? ¿Qué me diría?
A mi pequeña yo de 8 años probablemente no le diría nada. Cuando miro a mi hijo, deseo que esa magia con la que ve las cosas o las vive por primera vez no desapareciera nunca. La inocencia de la infancia debería ser eterna, la ilusión por todo, intocable. Creo que queda todavía bastante de esa yo de 8 años en mí. Aparece cuando la revivo a través de los ojos de mi pequeño. Su primer "enamoramiento", las ganas de aprender, de crecer... si me encontrara con esa niña viva, feliz y pizpireta de la edad de mi hijo, quizás parafrasearía a Peter Pan y le diría "No crezcas, es una trampa".
A mi yo preadolescente sí que la sentaría en una mesa. A mis 15 años era una niña responsable que quería sacar buenas notas y que estudiaba inglés los sábados por la mañana. Enamorada constantemente de chicos que no sabían que existía. No sabía coquetear, no sabía explotar mis encantos, yo era la amiga. Esa amiga a la que mi cuelgue contaba que le gustaba mi mejor amiga y hacía de tripas corazón mientras escribía en mi diario que no entendía qué tenía ella que no tenía yo. Si pudiera sentarme con ella le contaría todas las ventajas de tener amigos chicos. Su lealtad, su nobleza y los momentos tan divertidos que nos proporcionarían al cabo de los años. Que de las conversaciones con los amigos aprenderíamos lecciones vitales para saberlos tratar y que a los 15, los amores son fugaces pero algunas amistades no.
Mi yo pre-adulta sería una de mis mejores aliadas actualmente a pesar de la brecha de edad. A mis 18 años empecé a verme de otra manera, dejé ciertas inseguridades a un lado para verme capaz de todo. De pasar uno de los mejores veranos de mi vida, comenzar la universidad, hacer nuevos amigos, enamorarme, tener mi primera relación, aprender, sacar buenas notas, empezar a trabajar... Pisaba fuerte y hacía temblar el suelo. Me reía a carcajadas, vivía feliz, amaba con todos los poros de mi piel sin miedo al fracaso... Ojalá poder decirme entonces que no permitiera que nada ni nadie cambiara un ápice de ese carácter. Hubiera blindado a ese yo para seguir siendo esa personita para siempre.
Llegamos a los 25. Una versión mejorada y un poco más madura de la anterior. Con algunos tropiezos que empezaron a crear una áurea de desconfianza a mi alrededor. Ya no lo veía todo de color rosa y no iba a pecho descubierto pero todavía creía en la magia de las cosas. Ese yo ya tenía claro quienes eran y serían algunos de sus amigos de verdad. Tomé ciertas decisiones que cambiaron mi vida. Yo me sentía empoderada, bonita y alegre, A esa edad tuve un punto de inflexión, porque mi cabecita loca dejó de funcionar para seguir a mi corazón, a mis impulsos. Este yo se merecería una charla de sofá con una botella de vino. Piensa. Piensa un poquito más. Analiza. Probablemente mi yo de 25 años no me escucharía, porque tozuda lo era un rato.
Mi yo de los 36 se merecería dos cosas: una colleja con un "te avisé a los 25, pero no escuchaste porque creías que lo sabías todo" y una fiesta. Tras años complicados, conseguí volver a coger la suficiente confianza en mí como para tomar las riendas de mi vida de nuevo. Con unas cuantas cervezas, me sentaría con ese yo y le diría que estaremos mejor, poco a poco. Que necesitaremos tiempo para sanar, para volver a volar, para volver a confiar. Pero que tenemos a los mejores amigos y familia del mundo y que nos irán poniendo tiritas en las alas y en el alma. Que estarán allí aunque a veces pensemos que no y que ellos nos ayudarán a creer que podemos con todo. Que siempre tendremos una mano que nos levantará del suelo cada vez que caigamos. Y que seguiremos cayendo, pero que hemos aprendido cómo hacerlo. Que nos hemos vuelto expertas.
Y con el yo de la semana pasada me reiría a mandíbula desencajada. Me avisaría de la semana que nos espera. Una semana de lluvia, fuera y dentro. Una semana de "odiar" a todo el mundo, de agobiarme por todo, de quitarme los filtros y soltar por mi boca todo lo que tenía en la mente. Una semana de volver a dedicarme a cositas que me gustan, a volver a pensar un poco en mí, a ser feliz por hacer feliz a una persona súper especial. A mi yo del domingo pasado le diría que se lo tome con calma, que las hormonas toman control de mi montaña rusa emocional pero que, como siempre, podremos con todo y que llegará el domingo y echaremos la vista atrás y nos reiremos. Porque así hemos sido y somos, en todo lo malo, encontramos algo bueno.
Dado que no puedo hablar con ninguno de estas yo, dejo un mensaje a mis YO del futuro: pensad un poquito más pero no dejéis de vivir intensamente nada, total, la vida son 4 días y todo nos ha llevado a ser quien somos.
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