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Esa señal que queda en la piel después de cerrarse una herida se llama cicatriz.

Sentada en el sofá con el ordenador encima de mis piernas veo en mi rodilla derecha una cicatriz. Esa marca en mi piel después de cerrarse una herida. Desde que ha empezado el calor y he dejado en el armario las medias tupidas y los pantalones largos para cambiarlos por los vestidos, pantalones cortos y faldas, perece que sea más consciente de esa señal que se tatuó en mi piel después del accidente de moto.

Las cicatrices y marcas cuentan parte de nuestra vida, yo tengo unas cuantas repartidas por el cuerpo. Partes de mi propia historia: las rodillas siempre peladas de cuando era pequeña, la marca en mi mano recuerdo de Italia, los 10 centímetros de cicatriz en mi tobillo tras romperme el peroné en una caída tonta, las estrías por las subidas y bajadas de peso o la marca en el lateral de mi tórax de una prueba para ver por qué tenía el cuerpo plagado de manchas rojas...


Recuerdo cuando me hice el corte en el dedo anular de la mano izquierda. Gran Premio de Ímola. Esperando una victoria de nuestro equipo "Ahora gana - bandeja arriba, le han adelantado - bandeja abajo" me corté el dedo con una copa de cava. Veo como si fuera ayer la cara de una de mis mejores amigas (y compañera inseparable de carreras) cuando vio la sangre encima de la barra. Y como le fui a decir a mi jefe - novio que me iba a que me miraran el dedo y me preguntó si no podía esperar un poco más, que habíamos ganado. (Y sí, obviamente me enfadé). Tengo que reconocer que me encanta esta marca en mi piel, cuando me la toco me traslado a ese momento, a una de las épocas más especiales de mi vida.


Las cicatrices son la señal de lo fuertes que podemos ser. Las "marcas de guerra" como dicen algunas personas. Afortunadamente, yo no he librado una guerra, sólo algunas batallas. Por lo menos, cuando de cicatrices visibles se trata. En noviembre cuando me miraba mi maltrecha rodilla pensaba que esas heridas tardarían en curarse. Al cabo de dos semanas del accidente volví a caer encima de la rodilla y las que ya parecían curadas se reabrieron. Un poco más tarde, se curaron dejando lugar a las marcas. Hubo una que tardó bastante más que las otras en cerrarse y es la que me ha dejado la peor marca. Pero sí, la herida está curada y totalmente cerrada. Aunque se siga viendo de vez en cuando.


Y luego están esas que no se ven a simple vista. Esas cicatrices de diferente medida y profundidad que nos han ido dejando en nuestro corazón personitas a quien le dimos acceso a esa parte de nuestro cuerpo.

Las heridas del corazón tardan mucho más en cerrar. A éstas no les da el aire para que curen a mayor velocidad. Hay heridas que se curan con tiritas, que son pequeñitas y duelen al momento pero rápidamente desaparecen. Otras necesitan mucho alcohol para desinfectarse y algunos puntos. Y están esas que tardan muchos en cerrarse del todo, que se reabren con un mal gesto y vuelven a sangrar.


Estas cicatrices nos hacen únicos e inigualables, convierten nuestro cuerpo y nuestra alma en una obra de arte con vestigios de diferentes épocas y estilos ya que han esculpido y pintado en ellos diferentes autores. Marcas de quemaduras por haber jugado con fuego. Jamás nadie podrá entender porqué sangra de nuevo esa herida que creíamos cerrada, ¿Cuántas veces nos hemos dicho con mis amigas "otra vez"?.


Hubo una personita en mi vida que me dejó una herida. Me había enamorado como una adolescente (también cabe decir que prácticamente lo era) y la historia acabó. No acabó mal, pero acabó. No me creo los "hemos acabado bien", porque hay uno que siempre se lleva la herida más grande. En ese caso fui yo. Pasó un tiempo en el que no nos vimos pero recuerdo el primer día que nos reencontramos, deseaba con las mismas fuerzas que me abrazara y que no lo hiciera. Sabía que sentir su piel sobre la mía reabriría esa cicatriz que a la que había dedicado tanto tiempo y mimos para cerrarla. Y se agrietó un poco cuando me cogió de la mano, pero las capas y capas de piel que habían curado esa herida cumplieron su misión y jamás volvió a sangrar.


Mientras escribo me voy dando cuenta de la piel tan fina que te dejan las cicatrices, una piel tan sensible que a veces duele con solo una caricia o un abrazo. ¿Y qué hacemos? la mayoría ponemos una coraza sobre esa zona, intentando que no le pase nada de nuevo. Esa vulnerabilidad nos asusta. Me considero experta en subir escudos. En ponerme una armadura cada vez que algo me duele. Pero también me considero bastante experta en quitármela cuando creo que merece la pena. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Un rasguño más?¿ una herida en la piel que a sabiendas volverá a cicatrizar? No sé hasta qué punto merece la pena vivir cargando una armadura pesada y que dificulta los movimientos.


Porque la parte buena de las heridas son esas personas que llegan con un maletín lleno de tiritas, grapas, cremas y remedios caseros y lo curan todo. Esas personas que no son expertas en tus heridas, sólo en las suyas. Pueden parecerse a las tuyas o quizás nunca han visto una herida de ese calibre porque su punto débil es otro o porque por circunstancias de la vida no sienten el dolor de la misma manera que tú. Pero allí están. Con un libro, una sonrisa, un licor de unicornio, un bolígrafo, un mensaje con un corazón, una piruleta encima del teclado o con un "buenos días". Ellos son mi ejército de armaduras. Me siento super afortunada de tener a mi familia, a mis amigos, a mis batas blancas, mis médicos particulares con los que miramos nuestras cicatrices y brindamos porque las hemos conseguido cerrar.


Y tras el brindis llega la apuesta para ver quién volverá a necesitar una cura de urgencia. Porque no sabemos vivir de otra manera. Quien no arriesga no gana, o eso dicen.



 
 
 

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