Escucha a tu grillo interior (o exterior)
- Persona Normal
- 21 jul 2021
- 4 Min. de lectura
Pinocho no tenia conciencia, era un niño hecho de madera, por eso Pepito Grillo se encargaba de guiarle por el camino correcto. Todos y cada uno de nosotros tenemos una conciencia que nos indica en qué momento estamos haciendo algo mal, cuándo tendremos remordimientos o si nos sentiremos mal por no hacer lo que se supone que es lo que se debe hacer.
Pepito Grillo le dice a Pinocho: "Si me necesitas, silba". Y a veces es necesario silbar, sólo con silbar flojito es suficiente para que alguien cercano te diga que hay algo que estás haciendo mal. Y si no mal, que no lo estás haciendo totalmente bien.
Hoy hablaba con una amiga (que se está convirtiendo en mi musa últimamente) y me ha dicho: "Soy tu Pepito Grillo". ¿Cuántas veces acallamos a nuestra conciencia porque sabemos que no estamos haciendo bien las cosas? Yo lo hago. Me considero una persona intuitiva (algunas personas dirían que soy medio bruja) pero en ciertos momentos de mi vida, ignoro todas esas señales luminosas que me indican que lo que estoy haciendo está abocado al fracaso.
La gran ventaja de escribir diarios desde pequeña es que está plasmado de mi puño y letra todo el recorrido desde el momento de tomar conciencia del error que estoy cometiendo hasta el lamento por el error cometido. Y releo mis propias palabras y en la distancia (no en la madurez) pienso: "lo estabas viendo venir". Sí, pero le puse una mordaza a mi conciencia la décima vez que me dijo: "Te estás equivocando de nuevo".
Creo que a todos nos cuesta admitir que hemos fallado, que hemos tomado decisiones equivocadas, que nos hemos enamorado de personas inadecuadas o que no seguimos ese instinto que nos indicaba que algo no iba a ir bien. Y por eso, cuando amordazamos a nuestro Pepito Grillo interior, aparecen los Pepito Grillo exteriores.
Son esas personitas que me dicen lo que yo ya sé. Que suben el volumen a mis pensamientos silenciados. No puedo acallarlos a ellos porque me conocen mejor que nadie. Son esas personitas que ponen la semilla en mi cerebro mientras mi Pepito Grillo amordazado se dedica a regarla.
Cuando echo la vista atrás, me doy cuenta de todos esos momentos en los que decidí hacer caso a mis impulsos sin parar a estudiar qué era lo que me decía mi conciencia: "¿Estás segura que este chico merece la pena?", "en serio, este comportamiento no es normal", "¿otra vez?", "¡Ni se te ocurra abrirle la puerta!". Sabía que algo no iba bien, sabía a ciencia cierta que me partirían el corazón, sabía que me volvería a equivocar, sabía que si abría esa puerta de nuevo, me costaría volverla a cerrar. Y aún así, hice caso omiso a Pepito. Y quien dice a Pepito, dice cualquier nombre propio de mis personas cercanas. ¿Por qué? Porque soy tozuda. Porque me ciegan mis emociones. Porque como ya he dicho, soy intensa. Porque a veces, necesito darme de bruces contra la realidad para decirme a mi misma "me lo dije".
Siempre hablo de lo afortunada que soy por tener a gente a mi alrededor que vela para que no repita errores del pasado. Sé que mis amigos más cercanos saben que por mucho tiempo que empleen dándome consejos, acabaré haciendo lo contrario de lo que me dicen, y si no lo contrario, lo que me apetezca.
Recuerdo una cena con mis amigas más íntimas hace unos 13 años. De camino al restaurante, una de ellas me dijo que la relación que tenía en ese momento era la crónica de una muerte anunciada. Mis otras dos niñas asintieron, Yo lo negué. Había apostado por esa relación, me creía enamorada aunque había cosas que no me gustaran del todo. Ellas lo veían claro, mis padres lo veían claro, mi conciencia (y por escrito está) lo veía claro. Y mientras todos ellos se tiraban de los pelos yo me iba implicando más y más en una historia abocada al fracaso. ¿Les oí? Sí. ¿Les escuché? No. ¿Me la acabé pegando? Sí. Ellas son unas de mis Pepito Grillo.
Una amiga mía me regaló un letrero luminoso que tengo delante de mi cama. Es un letrero con la palabra peligro. El peligro que existía cada vez que abría la puerta de mi casa a uno de mis grandes amores. Él llamaba a mi puerta a la hora que fuera y yo se la abría. Evidentemente, sabíamos (aunque yo lo negara por cabezona) que cada vez que cerrara la puerta, corría el riesgo de sentirme vacía, triste, desolada. Mi amiga me decía que él tenía que venir con un letrero luminoso que indicara que era un peligro para mi corazón. Como vio que sus consejos caían en saco roto, decidió iluminarme ella. Y veo el letrero y me la imagino riéndose, sabiendo que cuando las luces se iluminen pensaré en ella. Ella es una de mis Pepito Grillo.
Y me encanta tener tantos grillos que hacen ruidito a mi alrededor. Pero, acercándome a los 40, creo que debería haber aprendido a fiarme de mi instinto, a escuchar a mi conciencia cuando me avisa que me estoy equivocando. Sé que seguiré siendo emocional, que me dejaré llevar por mis sentimientos porque a estas alturas ya no voy a cambiar. Eso sí, cada vez que os necesite, silbaré. Y cada vez que silbéis allí estaré.
Comments